Nueva York. La oficina trabaja con títulos de propiedad de hombres adinerados, con hipotecas y obligaciones. Tiene tres empleados: dos son copistas y el otro es el chico de los mandados. Los dos escribientes no son suficientes para hacer todo el trabajo, por lo que el abogado pone un anuncio para contratar un nuevo empleado: Bartleby.
Bartleby es ficción pura. Existe en el papel y, alguna vez, en la fervorosa y extraordinaria imaginación del novelista estadounidense Herman Melville (1819-1891), también autor de textos clásicos como Moby Dick (1851) sin duda una obra maestra (“la novela infinita que ha determinado su gloria”, dijo Jorge Luis Borges). Allí el protagonista es el mítico capitán Ahab, propietario del Pequod, quien persigue en una alocada venganza a la ballena que alguna vez le arrancara una pierna. Pero Bartleby no es Ahab ni Billy Budd, otro de los personajes de Melville. Bartleby es la simbolización de lo absurdo, de aquello que, aparentemente, carece de todo sentido. La escena transcurre en New York, durante la segunda mitad del Siglo XIX. Un abogado, como tantos, contrata a un copista, a un escribiente. Durante un breve tiempo, las cosas funcionan sin inconvenientes: Bartleby, alejado y encerrado en sus propios mutismos, hace lo que le dicen. Cumple. No se queja. “Escribía silenciosa, pálida, mecánicamente”. Pero una mañana cualquiera su jefe, el abogado, le imparte una orden. Él, Bartleby, continúa en el mismo lugar, pero algo ha cambiado: no sólo no lo hace sino que, ante el desconcierto general, responde: “Preferiría no hacerlo”. Y eso será todo lo que hará y lo que dirá durante todo el texto (una pequeña obra de precisión y belleza literaria): “Preferiría no hacerlo”. Ante cualquier orden, ante cualquier solicitud, dirá exactamente lo mismo y no hará nada, absolutamente nada más que eso. El abogado, exasperado, no puede creer lo que sucede. Bartleby se transforma en un personaje de una sola y abrumadora frase, llena de enigmas, de misterios, de interrogantes posibles. “Preferiría no hacerlo”. Pero todo puede ser aún más extraño, más incomprensible: Bartleby se las ingenia, además, para no salir jamás de la oficina: Bartleby, empecinado y rebelde a su manera, vive allí. Su jefe, al advertir la situación, lo despide. Pero el amanuense no se va. El abogado vende las oficinas pero Bartleby sigue allí cuando llegan los flamantes inquilinos. Finalmente lo arrestan y lo sacan a la fuerza. Muere en la cárcel, de hambre, ante la desesperación de su antiguo empleador, que se siente culpable y no consigue, de ninguna manera, entender de qué se trata, qué es lo que había sucedido.
“Repetí la orden con la mayor claridad posible, pero con claridad se repitió la respuesta: preferiría no hacerlo. “Preferiría no hacerlo-, repetí como un eco, poniéndome de pie, exitadísimo y cruzando el cuarto a grandes pasos. – ¿Qué quiere decir con eso? ¿Está loco? Necesito que me ayude a confrontar esta página. Tómela. Y se la alcancé. “Preferiría no hacerlo-, dijo.”
Borges, quien tradujo y prologó el texto, anota: “En Moby Dick, la monomanía de Ahab perturba y finalmente aniquila a todos los hombres del barco (…) el cándido nihilismo de Bartleby contamina a sus compañeros y aún al estólido señor que refiere su historia y que le abona sus imaginarias tareas. Es como si Melville hubiera escrito: “Basta que sea irracional un solo hombre para que otros lo sean y para que lo sea el universo”. La historia universal abunda en confirmaciones de este tenor”.
Bartleby, el hombre que parece no existir, el sujeto que decide prescindir de su voluntad, el que no habla, el escribiente insólito que, ante el asombro medular de la modernidad, resuelve dejar de hacer todo y morir sin hacer nada. I would prefer not to. “-Preferiría no hacerlo- dijo con respetuosa lentitud y desapareció mansamente”. –
Melville
Herman Melville (New York, 1819-1891). Marino, escritor, dramaturgo y ensayista estadounidense. Entre sus textos se destacan Moby Dick, Bartleby, el escribiente, Billy Budd, marinero, Benito Cereno, Typee o Chaqueta blanca. Existen, además, dos versiones cinematográficas de Bartleby: una de 1970 dirigida por Anthony Friedman, y otra de Jonathan Parker (2001). También de Moby Dick (extraordinaria y clásica): la dirigió John Huston en 1956, en el guión intervino Ray Bradbury y quien protagoniza al capitán Ahab es nada menos que el gran Gregory Peck.