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Las esquinas de Bariloche tienen su “aguafuertista”, el tipo que las mira, las imagina e, incuso, las mejora. René Vargas Ojeda comenzó a dibujar desde chico y la cuestión adoptó formas un tanto más profesionales cuando ingresó, en 2005, al taller de José Luis Rogel. Luego comenzó un período de búsqueda más personal, más íntima. Ya había descubierto a los grandes dibujantes de historietas como Domingo Mandrafina, Horacio Lalia, “Lito” Fernández, “Lucho” Olivera, el “Chingollo” Casalla (“una vez, en quinto grado, lo invité para que nos diera una charla en el curso. Fue extraordinario conocer a ese hombre que dibujaba a uno de mis mayores héroes, el cosaco Sacha Veblin”, recuerda Vargas Ojeda.
Poco a poco se fue acercando a lo que más le gusta, la pintura (“nada me hace sentir mejor que pintar”) y así aparecieron los nombres y las obras de Edward Hooper, Paul Gauguin, Rembrandt, Cezanne, Modigliani, Max Beckmann, Picasso, Mattise (“tengo una admiración especial por estos dos últimos”), Xul Solar o Carlos Alonso.
Su primera muestra se titulo Paisajes urbanos. Esos 25 cuadros surgieron a partir de lo que ofrece una ciudad como Bariloche: escaleras, calles, esquinas. No hay paisajes. Está la ciudad, desnuda. “El procedimiento consiste en elegir o encontrar lugares de la ciudad para luego sentarme cómodamente y dibujarlos. Me concentro, en una primera instancia, en las formas y las luces a partir de un boceto bastante desarrollado del motivo. Luego pintaba en mi casa, donde ponía atención en la pintura, con colores que iban saliendo de lo que recordaba o de lo que podía salir espontáneamente”, explica René Vargas Ojeda, quien agrega: “La búsqueda en estas obras tal vez haya consistido en mostrar la humanidad, en sugerirla de alguna manera sin mostrar necesariamente a las personas. Lo urbano, es decir lo humano, puede verse en la arquitectura, en las esquinas o bien en las escaleras. Al ser productos humanos tiene esa posibilidad de significar algo. Con las escaleras podía pensar, incluso preguntarme si suben o bajan. No quería resignarme a la realidad de que la gente es la que sube o baja”, analiza. Lo felicitaron artistas como Gabino Tapia, Juan Lascano o el propio Rogel.
Las esquinas y los balconcitos de Bariloche creen que pasan desapercibidos. Pero no. Alguien sabe el color y las formas. Alguien ha aprendido el lenguaje secreto y olvidado de la ciudad. –

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