DE-CULTO-01

Corre el año 50 antes de Cristo y la secuencia transporta al lector siempre al mismo escenario, afortunadamente. El territorio galo está totalmente ocupado por los ejércitos del Imperio Romano, con Julio Cesar a la cabeza, a quien seguramente le resultó mucho más fácil cruzar el Rubicón que lidiar con los extraordinarios personajes creados por el guionista René Goscinny y el dibujante Alber Uderzo. ¿Toda la Galia está efectivamente ocupada? No, por supuesto: una aldea ubicada el noroeste de Francia, bien cerca del Atlántico, resiste inevitablemente al invasor. Y no sólo resiste: lo vuelve loco, le pone los nervios de punta, lo ridiculiza tanto que los legionarios de los cuatro campamentos que rodean la aldea (Aquarium, Petinubun, Laudanun y Babaorum) sólo pueden esperar recibir de tanto una buena paliza y esperar el próximo relevo. Esos galos son irreductibles.
Los héroes del pueblo no son otros que Asterix y Obelix, dos eternos amigos que siempre están dispuestos para partir hacia los destinos más absurdos y las aventuras más distantes. Las tareas peligrosas siempre los tienen como protagonistas. Ellos son quienes hacen y deshacen, pero para lograrlo cuentan con la secreta poción mágica que prepara el druida Panoramix y que les da “una fuerza sobrehumana” por un determinado lapso, lo que los hace prácticamente invencibles, para desgracia de las legiones romanas. Obelix, como varias generaciones de lectores ya saben, cayó cuando era pequeño dentro de una marmita de poción mágica, por lo que los efectos del increíble brebaje son permanentes en él. Panoramix, sabio, ha determinado que un trago más sería peligroso. Obelix, torpe, ingenuo, enamoradizo, buen tipo, amante de las peleas y de los jabalíes, lo intenta una y otra vez y siempre recibe un “no” lacónico y terminante como respuesta. Es repartidor de menhires (que nadie nunca jamás supo para qué servían, como dijo alguna vez Panoramix), es inseparable de Asterix y tiene un perro que lo acompaña a todas partes, Idefix, que llora cada vez que Obelix arranca un árbol de cuajo (su nombre es una especie de juego de palabras en francés, “idée fixe”, “idea fija” en castellano, una estrategia que Uderzo y Gosscinny utilizaron constantemente con otros nombres, pero cuyos efectos muchas veces se pierden con la traducción)
Si bien ambos son los protagonistas principales de cada aventura, no son los únicos. El pueblo está al mando de Abraracurcix, un tipo supersticioso, con una esposa “Karabella- que lo llama “cerdito mío” y lo reta casi siempre. El jefe le teme a una sola circunstancia: que el cielo se desplome alguna vez sobre su cabeza. El músico y poeta del pueblo, el bardo Asuranceturix (también aquí hay un juego fonético: en el francés original juega con la idea de “assurance tous risques”, “seguro contra todo riesgo”) es el que peor la pasa: canta horriblemente, termina todas las aventuras (que inevitablemente suponen un banquete a la luz de la luna) amordazado, colgado de una rama y, muchas veces, es la causa de las frecuentes peleas y bataholas en las que se enfrascan todos los habitantes de la aldea, principalmente Ordenalfabetix , el vendedor de pescado (el único vendedor de pescado que “no pesca”), y Esautomatix, el herrero, quien ocasionalmente, además, pone en duda la calidad de la “mercadería” que ofrece su vecino. Y ese es la única chispa que hace falta para que un lenguado vaya a dar en la cara de cualquiera y el pequeño -aunque afectuoso- combate empiece y se repita argumento tras argumento.
Asterix -valiente, intuitivo, brillante, sensato, expeditivo- y Obelix, gracias a la enorme maestría de guionista y dibujante, se trasformaron en gladiadores, participaron en los Juegos Olímpicos, conocieron a Cleopatra, fueron legionarios, le enseñaron a los normandos lo único que no conocían (el miedo), recorrieron la Galia, Hispania, Helvecia, Bélgica, la India, Egipto, Gran Bretaña o la todavía “desconocida” América. En cada uno de esos viajes no sólo vivieron una estupenda aventura sino que también resolvieron una flagrante injusticia, además de dejar en ridículo a los romanos. La idea ha demostrado ser inimitable, perfecta, divertida, inteligente, irónica. Asterix y Obelix, ya clásicos y eternos, constituyen el mejor ejemplo de cómo se puede lograr una historieta de impecable vigencia que jamás renunció a la calidad. Y mientras el mundo sea mundo todos los barcos piratas deberán cuidarse, al menos los que navegan por el Mediterráneo o el Atlántico Norte: Asterix y Obelix los encontrarán, aunque sea de casualidad, y los dejarán flotando, abrazados a un madero, por el resto de la aventura. Chapeau.

Datos
Las aventuras de Asterix (Asterix le Gaulois) aparecieron por primera vez en octubre de 1959 en Francia, publicadas por la revista Pilote. Sus responsables, también franceses, fueron el guionista René Goscinny (1926-1977) y el dibujante Albert Uderzo (1926), quien también se ocupó de los textos luego de la muerte de Goscinny. Se trata de una de las historietas más conocidas del mundo, con traducciones en casi todos los idiomas posibles. Todos los episodios son inolvidables, pese a lo cual hay algunos que son (y serán) decididamente extraordinarios: Asterix gladiador (1962), La vuelta a la Galia (1964), Asterix y Cleopatra (1965), Asterix en Bretaña (1966), Asterix y los normandos (1967), El escudo averno (1968); Asterix y los Juegos Olímpicos (1968), Asterix en Helvecia (1970), Los laureles del Cesar (1972), El adivino (1972), El regalo del César (1974), La gran travesía (1975), Obélix y compañía (1976), Las doce pruebas de Astérix (1976), El hijo de Astérix (1983) o Astérix en la India (1987). Pero es inevitable -y agradabilísimo- leerlos a todos. Y más de una vez.

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