POR FRANCISCO BEDESCHI
Desde 1779 Carmen de Patagones es la primera ciudad fundada en la Patagonia. Durante mucho tiempo, además, fue la población más austral de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En ese tránsito de fuerte colonial a población argentina, los acontecimientos del 7 de marzo de 1827 son aún elocuentes: ese día los maragatos, su milicia y su gente, rechazaron la invasión de una flota del Imperio del Brasil comandada por un capitán inglés. Un pequeño gran relato, absolutamente inevitable, dentro de las inconmensurables historias y mitologías del territorio patagónico.
Carmen de Patagones es, y será, la primera población de lo que con el paso de los años se transformaría en la Patagonia, región mítica, palabra inalcanzable, sitio al que se puede vincular con apellidos como los de George Musters, Alcides D`Orbigny o Charles Darwin, por ejemplo, hombres que en el medio de sus múltiples búsquedas pasaron por allí y dejaron su impronta. También con el gran Luis Piedrabuena (nació allí el 24 de agosto de 1833), marino notable vinculado a dos ideas todavía en ciernes, la de la propia Patagonia y la de la mismísima Argentina, ideas aún inconclusas que admiten todo tipo de discusiones.
En el contexto de un Imperio Español que se encaminaba fatalmente a su desintegración, Francisco de Viedma y Narváez fundó el fuerte el 22 de abril de 1779, en una de las márgenes del Río Negro, cumpliendo órdenes impartidas por el virrey Juan José de Vértiz. Una sorprendente inundación hizo que el emplazamiento se trasladara a la ribera que hoy ocupa, lugar en el que comenzaría a desarrollarse la original Nuestra Señora del Carmen de Patagones. El emplazamiento, que se encaminaba a transformarse lentamente en ciudad, fue durante muchísimos años la única población, la última, la más austral de las poblaciones españolas que había logrado sobrevivir dentro un extenso territorio que modificaría su status político y sus circunstancias al mismo tiempo que el poder colonial iba en camino de debilitarse y los territorios de las Provincias Unidas, herederas del viejo mundo virreinal, buscaban su forma, sus signos de existencia propia (Carmen nació tres años después de la creación oficial del Virreinato del Río de la Plata).
Independientemente de todo devenir histórico, muchas poblaciones atraviesan, a lo largo de su tránsito hacia el futuro, momentos a los que se puede considerar “doblemente fundacionales”, instantes en los que es posible registrar comportamientos heroicos que, de manera prácticamente ineludible, pasan a formar parte de lo que se habrá de recordar, de lo que habrá de destacarse, aunque los grandes procesos, narrados y analizados en el contexto de amplísimos cambios sociales y políticos, suelen adoptar letras de molde no demasiado espectaculares en el caso de situaciones específicas. Carmen puede contarse a si misma varias. Uno de ellas, un día entre tantos, una jornada plural que se transformó en muchas, es aquella en que los maragatos (el gentilicio tiene que ver con el origen de los primeros pobladores, originarios de León y Asturias, en España) resistieron la invasión de los ejércitos del Imperio del Brasil, en lucha con la Provincias Unidas por la hegemonía en la región, disputa bélica y diplomática que supuso el bloqueo al puerto de Buenos Aires y modificaría el destino de la Banda Oriental, que finalmente se independizaría, y de la bella Montevideo, cuyo puerto también sufría también las consecuencias del asedio.
Las peleas se desarrollaban independientemente de lo que la Patagonia era y de lo que en su territorio sucedía. La Patagonia era un inmenso distrito desprotegido para cualquiera que se adjudicara su administración, fuesen españoles o criollos. Ese “desierto” (y el concepto se entiende como sinónimo de “barbarie” o “vacío de civilización”, tal el análisis de Susana Bandieri respecto al contexto en el que se desarrollaría la campaña, precisamente, del “desierto” en 1879, y las discusiones políticas e intelectuales de la época) El espacio geográfico, cultural e histórico era inmenso y Carmen de Patagones se había transformado en la única población que había sobrevivido al ya moribundo imperio español. Al mismo tiempo, se había convertido en límite lejano, casi imposible, austral al extremo, de las Provincias Unidas. Entre el Río Negro y el Estrecho de Magallanes, con la misteriosa Buenos Aires al norte, sólo había lugar para los tehuelches. Para el infinito. Para el horizonte. El conflicto con el hombre blanco era inevitable. Los “gigantes” de Antonio Pigafetta resistieron y sucumbieron no sólo ante el embate del hombre blanco, sino también al proceso de aculturación que significó la llegada de los mapuches, quienes comenzaron a cruzar desde Chile a partir, aproximadamente, de 1870, estableciendo una superioridad (también bélica) por sobre tehuelches, pehuenches y huilliches.
Amparados por el argumento de historias cuyo relato no se detendrá (más allá de lo que suceda en el futuro con el recuerdo de los bravos tehuelches o de los argentinos, por ejemplo) los portugueses, a partir de la decisión del emperador Pedro, habían anexado al actual Uruguay a sus dominios (1817-18), detalle que puso nerviosos a varios en ambas riberas del Plata. La extraordinaria expedición de los 33 Orientales, comandados por el no menos extraordinario Juan Antonio Lavalleja, en 1825, irrumpió en Montevideo desde Buenos Aires, por lo que, poco tiempo después, la Banda Oriental fue reincorporada a las Provincias Unidas, noticia que exaltó aún más al joven Pedro, que declaró abiertamente la guerra en 1826. De allí el bloqueo al puerto de Buenos Aires, que el almirante Guillermo Brown y su flota no pudieron romper. En ese contexto, el puerto de Carmen de Patagones se transformó en la única vía posible para las Provincias Unidas. Desde allí partían las naves que con patente de corso atacaban a los barcos de la armada brasileña. Y hacia allí dirigieron sus proas los capitanes de la escuadra portuguesa, comandados por el inglés (como no podía ser de otra manera) James Shepherd en febrero de 1827. Carmen de Patagones se convertía así en un símbolo, alejado, final, postrero, de la resistencia. Hacia fines de mes, los maragatos observaron la flota. El 25 de febrero, el práctico Guillermo White (irlandés, como Brown) avisó respecto a la presencia cercana de una goleta con bandera de los Estados Unidos. Pero no se dejó engañar: sabía que eran los barcos de Pedro. A las corbetas Duquesa de Goyaz (que finalmente se hundió luego de una varadura) e Itaparica, se sumaban el bergantín Escudero y la goleta Constancia. Los adversarios ya estaban más próximos que el horizonte mismo. En Carmen ya no había otra posibilidad que la de organizar la defensa, a cargo del coronel Martín Lacarra y del subteniente Sebastián Olivera, quienes dirigían a poco más de 400 hombres (los brasileños eran casi 700) entre los que había que contar a la gente común, a los gauchos y a un puñado de negros que lucharon valientemente, además de lo que constituía las “tropas regulares”. El 7 de marzo, portugueses y brasileños no sólo habían desembarcado en ambas márgenes del Río Negro, sino que se encaminaron hacia la población, tomando el Cerro de la Caballada, hacia el sur de Carmen. La escuadra de Olivera los atacó desde el río y Shepherd, que moriría en combate, ordenó la retirada, pero el propio Olivera interrumpió el escape: los brasileños no pudieron llegar hasta la costa, momento en que la pequeña flota nacional, al mando del comandante Jorge Bynon, aprovechó para lograr la rendición de los brasileños, que se logró luego de que Bynon y sus hombres abordaran la Itaparica. Las crónicas señalan que Marcelino Crespo, un pibe de 17 años, fue el encargado de galopar hasta el fuerte para llevar la buena nueva: la población y los soldados de Carmen de Patagones habían logrado detener a las fuerzas del imperio brasileño. Carmen está aún allí, eterna, fundacional. Carmen de Patagones, desde la margen norte del Río Negro, resiste. –