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POR MARÍA EUGENIA DE CICCO
FOTOS CHIWI GIAMBIRTONE

A través de diversas formas, colores y texturas, Adriana Orlandi pinta su mundo interior. Su obra resulta una búsqueda por los “recovecos casi laberínticos” de su ser para encontrar no sólo una forma de expresión pictórica, sino una declaración de sentimientos y emociones.

La pintura es, para la artista, el camino de la autenticidad, una manera de pensar y sentir. “Muchas veces no se es auténtico en la pintura: se busca el éxito a través de lo que atrae, de lo que gusta, de la imitación. Hacer pura y exclusivamente lo que sentís, no aquello que puede ser comercial, es ser auténtico. Lo que parece faltar al mundo es la claridad y vivacidad de la conciencia; después llega la originalidad como consecuencia. No son las respuestas que damos lo que nos define o distingue, sino más bien la manera de pensar, de sentir, de expresarnos en la pintura”, reflexiona Adriana Orlandi.

Actualmente, su fuente de inspiración es la Patagonia, territorio que ha recorrido intensa e incansablemente por más de veintitrés años. “He viajado entre Mendoza y Santa Cruz todo el tiempo, he estado mucho en el campo entre coirones, ríos, piedras, pueblitos. La estepa y la costa atlántica patagónica me fascinaron a punto extremo. De cada lugar me fue quedando algo. En un servilletita de papel hacía un bosquejo y cuando volvía me ponía a pintar”, relata.

Su juego creativo propone “una especie de ensoñación sin fronteras”.
Mis cuadros no representan la realidad exactamente, no me gusta la pintura fotográfica. Es más bien sugerida, sin límites, no determinada. Siempre digo, uno pinta lo invisible que está dentro y lo hace visible y tal vez eso despierta lo invisible en quien lo mira”, explica, respecto a la dinámica de su obra. Lejos de definirse dentro de un estilo definido, prefiere ahondar en su esencia y abrir el juego: “Es una pintura espontánea, suelta, casi impulsiva, que busca un cierto misterio, aquello que verdaderamente me importa: los espacios, la inmensidad, las historias imaginarias de cada lugar. Siempre traté de ser original, espontánea, no hago ninguna pincelada que no parta de mi espíritu, de mi sentir, de mi corazón: la siento y la pongo con naturalidad. La cuestión es ser sincera delante de los demás, pero actuando con fidelidad a mi propio sentir. No busco gustar, sino expresarme”. Junto con sus convicciones, la pintura le plantea un reto permanente: “No creo poder expresar los sonidos, el viento, las gaviotas, el mar, el inmenso silencio en la estepa, incluso los perfumes, que son parte de esos lugares. Lo vivo como un desafío, tantas veces evocado en mis nostalgias placenteras”.

El comienzo
Se inició en el arte muy joven, cuando la búsqueda era un fin en sí mismo: el juego, el costado lúdico de la pintura. Años más tarde, su paso por la carrera de Arquitectura en su ciudad natal, La Plata, le brindó conocimientos y conceptos que luego aplicaría en su pintura: perspectiva, contraste y equilibrio de formas y de colores. En paralelo, estudió pintura junto al reconocido artista Miguel Ángel Alzugaray, de quien guarda el mejor de los recuerdos: “No sólo es un excelente pintor sino, por sobre todas las cosas, un excelente profesor. Además de transmitir sus conocimientos al alumno respeta lo que uno busca lograr con su pintura. Su taller me ayudó mucho en la expresión y allí empecé a usar espátula porque me di cuenta que no sólo me gustaban la forma y el color sino también lo que se siente al lograr con la espátula una textura que refuerza la expresión”.

Adriana siempre adoró la vida de taller, el contacto, las charlas, los nuevos puntos de vista, los intereses comunes. “Es un ambiente desestructurado, eso te va dando cierta espontaneidad, libertad, una expresión más suelta y natural, eso forma la personalidad y después pasa a la pintura”, explica. “Soy una mujer independiente, muy desinhibida. Creo que eso se refleja en mi obra. Lo único que me puede limitar son mis propias convicciones”, aclara.

El tercer tiempo 
La exhibición de su obra es ciertamente reciente. “Nunca me dediqué a hacer exposiciones o hacerme conocida”, confiesa. En Bariloche, participó de una muestra colectiva en la Sala Frey, luego realizó una muestra individual en el Club House de Arelauquen, a la cual siguió una exhibición en el Hotel Panamericano Bariloche y, la más reciente, en el Hotel Llao Llao. “Galería Centoira me ha dado un espacio maravilloso en el hotel a través de sus representantes, Cristina Pérez Lean y María Haydée de Hoffmann, estoy muy agradecida a todos ellos”, explica.

Los nuevos desafíos están a la orden del día. “Tengo una invitación para exponer en el Hotel Termas de Puyehue. Voy a preparar una serie inspirada en un viaje que hice el verano pasado en el crucero Skorpios por la costa sur de Chile. Me traje varios bocetos que me fascinan, esos pequeños lugarcitos de pescadores y las casas en palafitos, esos colores, sus huertas”, relata. Su otro desafío, un viaje a Francia por tres meses para aprender más de pintura. “Me voy a llevar lo mínimo, quiero estar libre, bien ligera y que la energía fluya”, asegura. Adriana resume así esta nueva etapa de búsqueda: “Quiero disfrutar de este tercer tiempo de la vida, los placeres culturales, viajar, conocer, aprender y disfrutar. Para mí el extremo de la exquisitez es saber encontrar el placer y entretenimiento con mis actividades, con mi pintura.  Deseo partir de mi creatividad y experimentar mi energía para eso. En una obra, los colores me iluminan el alma y me parecen más preciosos que en cualquier joya. Creo que la calidad de una vida está en proporción con la capacidad de deleitarse viviendo de acuerdo a nuestros propios principios.

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