POR SERGIO SEPIURKA
FOTOS FRANCISCO BEDESCHI
Como parte de un libro inconcluso referido al segundo centenario de su nacimiento (1809-2009), el invierno pasado tuvimos oportunidad de realizar junto a Francisco Bedeschi un recorrido por algunos de los sitios visitados por Charles Darwin durante su viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle, bajo el mando del capitán Robert Fitz Roy entre 1831 y 1836. La Patagonia pasaba así a ser parte de sus búsquedas intelectuales.
Para seguir los pasos de Charles Darwin durante su viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle, bajo el mando del capitán Robert Fitz Roy entre 1831 y 1836, hay que entender que los propósitos principales del viaje en el que se había embarcado eran continuar el reconocimiento de las costas sudamericanas y completar las mediciones que el propio capitán Fitz Roy había iniciado en 1829, luego de tomar el mando de la Beagle. La tarea del naturalista no era entonces la central del viaje sino, más bien, una accesoria.
Esta situación explica el itinerario un tanto caprichoso de toda la misión, cuyo objetivo general apuntaba fundamentalmente a proporcionar descripciones precisas y detalladas de golfos, bahías, abrigos, bancos y demás accidentes que el Almirantazgo británico consideraba de importancia para el desempeño eficiente de su flota, sobre uno de los escenarios marítimos entonces más estratégicos y disputados del planeta.
Durante el viaje, Darwin debió acomodarse a los movimientos y necesidades de aprovisionamiento y acondicionamiento de la nave, al clima, al trabajo con otros navegantes que disponían de naves más pequeñas para ciertos recorridos. Y, por supuesto, a la autoridad de Fitz Roy con quien compartía su cabina y sus pensamientos.
La lectura del Diario refleja todas estas circunstancias ya que, en ciertas etapas, sus itinerarios zigzagueantes resultan relativamente complicados de seguir. Es frecuente, además, la confusión del Diario con su libro de Viaje de un naturalista alrededor del mundo a bordo del Beagle. Por su extensión, es común además encontrar a éste último editado en etapas (en el Plata, en la Patagonia) antes que en su versión completa alrededor del mundo. La última edición argentina completa, excelente, data de 1942.
En efecto, Darwin pudo primero deslumbrarse con la biodiversidad del Brasil, enseguida encontró restos de especies extinguidas en Argentina y Uruguay, pasando a Chile y reingresando a Argentina experimentó dramáticamente el levantamiento de la tierra y, finalmente, en Galápagos (Ecuador) encontró esas islas de la fantasía que tantas cosas le ayudarían posteriormente a explicarse. Nuestra experiencia quedó acotado accidentalmente por el momento a seguir los pasos de Darwin por la zona de Bahía Blanca, Fortín Mercedes (sobre el río Colorado) y Carmen de Patagones. Estas escalas, muy accesibles aunque bastante identificadas con el periplo de Darwin por Patagonia como el río Santa Cruz, la Tierra del Fuego o las Islas Malvinas, resultaron ser sumamente sorprendentes para nosotros.
Por Darwin, hacia Bahía Blanca
¿Cuándo y dónde iniciar nuestro viaje de reconocimiento de las huellas de Darwin entre Patagonia y Galápagos? Finalmente, a mediados de julio de 2008, nos pusimos en marcha. Partimos en camioneta desde Bariloche, en plena cordillera patagónica, hacia la costa atlántica argentina, más precisamente rumbo a la ciudad de Bahía Blanca, distante a unos 1.000 kilómetros. Por la tarde, llegamos a la localidad ferroviaria de Darwin.
Se trata de una de las estaciones del ramal de trocha ancha Bahía Blanca-Neuquén, inaugurado hace más de un siglo y clausurado durante la década pasada, que sigue de cerca la dirección del río Negro, el más caudaloso de la Patagonia. Nos detuvimos en Darwin, a la altura del Valle Medio del río, y dialogamos con algunos de sus vecinos.
Una familia nos recibió trabajando en el jardín de su casa antigua y pintoresca y un joven nos atendió amablemente; el padre fue muy explícito para definir lo que antaño había sido el pueblo-estación. “Darwin era un jardín” nos dijo en referencia a la imagen que guardaba, evidentemente muy diferente de la que pudimos apreciar con nuestros propios ojos. Mientras nos preparaba un café, la madre agregó. “El Valle Medio es un misterio, fue y es una zona productiva excelente para producciones como la fruta y el tomate por ejemplo, pero hace falta un plan para regar las tierras más altas y, tal vez entonces, podría finalmente despegar.”
Su esposo piensa que Choele Choel (ubicada a 5 kilómetros) tiene más movimiento; siente que Darwin se detuvo junto al ferrocarril, aunque no pierde la esperanza de volver a verlo pasar. “Hay que recuperar la cultura del trabajo responsable. No se imagina cómo cuidaban el patrimonio ferroviario los administradores ingleses”, nos dice al despedirse.
Dejamos Darwin con las palabras jardín y misterio resonando en nuestros oídos. El joven naturalista no pisó el área del poblado que hoy lleva su nombre, pero desembarcó sobre la desembocadura del mismo río Negro, en el asentamiento de El Carmen, donde permaneció una semana en agosto de 1833, antes de marchar por tierra hacia el norte.
Pero un año antes, en setiembre de 1832, luego de un viaje alterado por factores políticos (sufrieron un impensado ataque durante el cruce del Río de la Plata entre Montevideo y Buenos Aires) y meteorológicos (una agitada tormenta los sorprendió en Cabo Corrientes), el Beagle ancló en la zona de Bahía Blanca, ciudadela marítima argentina fundada cuatro años atrás, ubicada a 700 kilómetros al sur de Buenos Aires y ahora convertida en una importante ciudad. Allí llegamos la primera noche de viaje, luego de cruzar el río Colorado y dejar atrás, apenas, a nuestra querida Patagonia. Llegamos a esta zona casi como Darwin, sin grandes expectativas. No sabíamos que esta primera escala del pensamiento, nos depararía sorpresas tan agradables como a él. Junto al Monte de los Megaterios y a otro que denominaron Hermoso.
Punta Alta, junto al Monte de los Megaterios
Ya en Bahía Blanca, durante la mañana siguiente nos encontramos con la investigadora Silvia Aramayo con quien nos trasladamos hasta Punta Alta, distante unos 20 kilómetros, sede de la Base Aeronaval Puerto Belgrano y del Museo de Ciencias Naturales Carlos Darwin; en este último nos recibió su Directora, la investigadora Teresa Manera (Premio Rólex 2006). Se trata de un pequeño museo municipal que cuenta con interesantes piezas y reproducciones de especies halladas en la zona. Al fondo de la sala central, se destaca una muy impactante del Mylodon, el mamífero cuaternario cuyos restos “entre otros- Darwin encontró en inmediaciones del lugar y cuya incierta extinción desveló por años al mundo científico.
El museo fue visitado en 1987 por Richard Keynes, bisnieto de Darwin y padre de Randall, quien destaca, en su libro “Fossils, Finches and Fueguians. Charles Darwin´s Adventures and Discoveries on the Beagle, 1832-1835“, los aportes de Silvia y Teresa respecto de las huellas de los mamíferos gigantes extinguidos sobre las que ellas han seguido trabajando. De acuerdo con algunos especialistas, Punta Alta fue un chispazo que despertó el genio del joven y talentoso naturalista a la maravillosa relación existente entre la fauna actual y la extinguida. Otros afirman, incluso, que el 22 de setiembre de 1832, fecha del hallazgo del yacimiento de fósiles de Punta Alta, merece ser considerado un día destacado para la Biología. Ya en la Base Aeronaval Puerto Belgrano llegamos hasta los restos de la barranca, hoy modificada por distintas construcciones, donde Darwin realizó su notable hallazgo. Pensar que fue allí que Darwin descubrió en 1832, dentro de una superficie inferior a 200 m2, restos cuyo valor le confirmó, recién varios meses después, el zoólogo Robert Owen desde Londres. Sus hallazgos más destacados incluyeron, entre otros, fragmentos de Schelidoterium, Megatherium, Mylodon y Glyptodon.
“Es muy notable que se hayan encontrado reunidas tantas especies diferentes”, señala Darwin quien agrega: “El tamaño de las osamentas de los animales megateroideos, comprendiendo en éstos el Megatherium, el Megalonix, el Scelidotherium y el Mylodon, es realmente extraordinaria…Los restos fósiles de Punta Alta se encontraban enterrados en un pedregal estratificado y en un lodazal rojizo parecido exactamente a los depósitos que la mar pudiera constituir actualmente en una costa poco profunda. Junto a esos fósiles encontré veintitrés especies de conchas.” En una carta que envía a Darwin, Fitz Roy llama al sitio”Monte Megaterii”.
Aquellos de 1832 en Bahía Blanca y zonas aledañas, fueron días de una gran felicidad para el joven Darwin, aunque frecuentemente se confunda este primer arribo suyo con el que volvió a producirse un año después, en 1833, cuando llegó por tierra desde Carmen de Patagones, antes de seguir hasta Buenos Aires bajo la protección del General Rosas, con quien se entrevistó a orillas del río Colorado. Durante este primer viaje en barco a Bahía Blanca Darwin recibió también su primera lección de caza de guanacos con boleadoras de parte de los gauchos que formaban parte de las tropas que ocupaban “La fortaleza protectora argentina”, tal como se denominaba entonces a Bahía Blanca, donde apenas “un profundo foso y una muralla fortificada rodean algunas casas y los cuarteles de tropas. Darwin deambuló por tierra y por agua durante aquel, su primer desembarco argentino (y también el año siguiente), contando con el invalorable apoyo de James Harris y sus gauchos baqueanos y algunos integrantes de la fortaleza. Pasó algunas noches al aire libre con ellos, siempre atentos a la presencia de indios, pero sin lamentar incidentes. A juzgar por su capacidad de adaptación a un entorno tan extraño, puede decirse que su comportamiento fue “muy gauchito”.
Atardecer junto al arroyo Pareja
Saliendo de la Base Aeronoval, pudimos disfrutar de una hermosa y tibia tarde de invierno y apreciar y fotografiar una espléndida puesta de sol en inmediaciones de la desembocadura sobre el mar del Arroyo Pareja, que daba brillo a un paisaje plano de aguas mansas, recortadas por los juncos que crecen a orillas del arroyo y por las siluetas de los buques que seguían al Sur, hacia el puerto cerealero de Bahía Blanca. No debe haber sido muy diferente la escena del Beagle entrando a Puerto Belgrano. Escribió Darwin en 1833, la primera vez que durmió como un verdadero gaucho, al Sur de este lugar:
“Poseemos, pues, las cuatro cosas necesarias a la vida de campo: pastos para los caballos, agua (bien es verdad que en poca cantidad y fangosa), carne y leña para encender el fuego. Los gauchos no caben en sí de gozo a la vista de tanto lujo, y no tardamos en descuartizar a la pobre vaca. Es la primera noche que al aire libre con mi silla de montar como almohada. La vida independiente del gaucho ofrece, sin disputa, un gran encanto; ¿acaso no es nada eso de poder detener el caballo cuando os parezca y poder decir: “Vamos a pasar la noche aquí ? El silencio de muerte que reina en la llanura, los perros montando la guardia, los gauchos tomando sus disposiciones para pasar la noche en torno al fuego, todo ello, en esta primera noche, ha dejado en mi ánimo una impresión que no se borrará jamás.”
Pero, siguiendo la secuencia cronológica del viaje, y antes que disfrutar de esas comodidades, en 1832 Darwin pasó dos largas, frías y húmedas noches en una playa ubicada un poco más al norte, cerca del balneario de Pehuén Có, refugiándose en una barranca que estaría destinada a ser un divisadero de los barcos y de la ciencia.
Monte Hermoso, divisadero de la ciencia
La formación Monte Hermoso se encuentra algunas millas al norte de Puerto Belgrano; fue al llegar a esta playa, y sobre uno de sus acantilados, que Fitz Roy decidió construir una torre de señalización para los buques que en el futuro llegaran desde el norte hacia Bahía Blanca. El sitio de la formación Monte Hermoso nada tiene en común con el conocido balneario Monte Hermoso ubicado algunos kilómetros más al norte que, muchos años después, tomó su nombre de un buque cargado de madera que encalló cerca de esas playas. La mercadería que transportaba fue usada para sus primeras construcciones. A la formación Monte Hermoso y a su recordada barranca, accedimos desde el balneario Pehuén Có. Nos acompañaron Teresa Manera y su esposo, un experimentado conductor en esas playas. Luego de dejar atrás los restos de un barco, llegamos caminando hasta la barranca que cobijó a Darwin en octubre de 1832. Allí pudimos ver una serie de estratos bien diferenciados que llamaron la atención del naturalista.
La presencia de ceniza volcánica que apreciamos en una de las capas nos hubiera parecido, en otro tiempo, el resultado de un depósito progresivo de cientos o miles de años. Pero después de haber presenciado, en mayo de ese mismo año, la caída en la zona de Esquel de varios centímetros de cenizas despedidas por el volcán Chaitén, supuse que la acumulación podía ser el resultado de apenas de uno de estos eventos que aún nos sorprenden. Teresa Manera nos explica que estamos frente a una formación de entre tres y cinco millones de años de antigí¼edad. También cuenta que, ochenta años luego de Darwin, el sitio fue estudiado por el científico argentino Florentino Ameghino, quien hace un siglo postuló el origen del hombre en América. Allí estuvo con el científico norteamericano Alex Hladricka y su genial compañero Bailey Willis.
Pero volvamos a 1832. Mientras algunos levantaban la torre señalizadora, Darwin se dedicó a examinar la barranca y sus alrededores. Y en eso estaba cuando se desató una inesperada tormenta con viento del Este! Los que primero llegaron a sus botes fueron los constructores de la torre quienes alcanzaron a regresar al Beagle. Cuando Darwin y sus compañeros hicieron lo propio, ya era tarde y las olas los obligaron a permanecer en la playa. Para colmo de males, los botes se habían dado vuelta y se perdió gran parte de las provisiones que cargaban. De modo que pasaron una primera noche sin abrigo y con muy poco alimento. Al día siguiente otro bote enviado por Fitz Roy logró alcanzarles algo más, pero pasaron una segunda noche igualmente húmeda y fría, teniendo a la vista la nevada que había caído sobre la Sierra de la Ventana. Finalmente, volvieron a bordo del Beagle.
Continuará. Parte II: “La playa de los megaterios”. Fortín Mercedes, Carmen de Patagones.