Compartimos las fotos de Francisco Ramos Mejía en los campos de la precordillera rionegrina. Los caballos, el trabajo del “hombre real” de campo, los arreos de ganado y la inmensidad del horizonte patagónico se cuelan a través de su lente.
Textos: Revista AIRE
Fotos: Francisco Ramos Mejía
Si lo observáramos desde afuera, en la inmensidad de la precordillera que es la base del trabajo fotográfico que vamos a compartir, veríamos a Francisco Ramos Mejía metido en medio de la polvareda en suspenso que levantan los caballos que galopan a su alrededor. La Patagonia de los campesinos con sus ovejas, potros y yeguas salpicando la resequedad de la pastura del territorio sureño. Un hipnótico contraste de luz, polvo, cielo y suelo.
Francisco llegó para radicarse en San Carlos de Bariloche cuando era un niño, junto a toda su familia.
En su versátil portfolio, existen muchos trabajos para reconocidas empresas y agencias de noticias. Hace un tiempo comenzó a retratar los arreos en los campos, en viajes que lo conectaron con otra mirada artística y también humana, esencial. “Hace un par de años que me meto dentro de los arreos. No voy a estancias imponentes, sino que estoy en campos donde la gente está básicamente fuera del sistema, que es como entender el campo real, el paisano real, que generalmente es ‛fiscalero’”, dice Francisco.
-¿Cuándo situarías el origen de esta pasión por los caballos?
-Mi familia vivía en Buenos Aires y tanto en casa de mis padres tanto como en la de mis abuelos había generalmente muchos cuadros de caballos y estéticamente siempre me llamó la atención su armonía. Luego entendí y conocí la relación que tiene el caballo con el hombre y es muy noble. Además, para el paisano, en el campo, tiene un nivel de utilidad que representa todo: es su compañero y con quien trabaja cada día. Siempre me llamaron la atención los caballos desde el punto de vista estético.
-¿Cómo incursionaste en la fotografía?
– Empecé a los 15 años, recuerdo que le sacaba fotos al televisor cuando pasaban recitales con una cámara Yashica 635 6x 6. Mi madre me llevó a la Escuela de Arte La Llave en Bariloche donde hice mi primer curso y fue allí donde tuve un gran profesor que fue Luis Bonich.
-¿Cual de tus trabajos te genera más cariño?
-Creo que el trabajo con Juan Obreque, un paisano de 96 años que vive en el paraje Chenqueniyén, provincia de Río Negro, junto a una tropilla de más de 80 caballos. La crónica se publicó en el diario digital En estos días (N de R: se titula Juan de las yeguas y lleva fotografías de Francisco Ramos Mejía). Sobre todo, por el vínculo que logramos que fue muy difícil de construir porque yo era absolutamente ajeno a su mundo y a él, en principio, estaba totalmente desinteresado que un fotógrafo se interesara por su vida. También por su relación con los caballos.
-Me imagino que tendrás mucho material de este y otros viajes. ¿Estás pensando en darles un destino de libro?
-Cuando me pongo a mirar el material me doy cuenta que me gusta mucho y están las impresiones que se pueden adquirir a través de mi cuenta de Instagram. Además, tengo el teaser de lo que proyecto como un documental sobre mis viajes. Para mí ir al campo, subir al auto, me da una sensación de libertad como pocas veces me ocurre; duermo en la tapera con los mismos pibes y me puedo llegar a quedar cuatro o cinco noches haciendo la misma vida que ellos, obviamente.
-¿Qué es lo que más te atrae de la Patagonia?
-El clima es una de las cosas que me gusta; en cuanto a la Patagonia abierta destaco los horizontes, por eso me gusta ir al campo en zona de precordillera. A mí me gusta ver la montaña a lo lejos toda nevada… Me da un sentido de libertad.
Francisco Ramos Mejía en redes: IG