Las dinámicas de la vida contemporánea son múltiples y a veces aleatorias. También las del arte y la creación. No es fácil dar con lógicas unívocas o trayectorias lineales. De ahí que sea tan fructífera la idea de Walter Benjamin de “constelación”.
Por Ángeles Smart
Fotos de Silvestre Seré / Gentileza G. Ferrari
Como las estrellas, las unidades de sentido se agrupan, a veces en un movimiento que las acerca y otras que las aleja. No existen explicaciones totalizadoras ni respuestas exhaustivas. Lo que conviene -para no traicionar la riqueza de las expresiones- es reconocer la yuxtaposición de fuerzas múltiples y en tensión e intentar describir cómo van apareciendo y cómo se van sucediendo, en el tiempo, unas a otras.
Este parece ser un buen modo de acercarnos a la obra del pintor de Villa la Angostura, Guido Ferrari. Porque si bien la expresión “impresionismo contemporáneo de motivos patagónicos” describe en gran medida su arte, la misma no alcanza a dar cuenta, de manera cabal, qué es aquello que hace que sus obras sean mucho más que la síntesis de esa idea. Ni tampoco la excelente acogida que han tenido tanto en nuestro país como en Estados Unidos y Europa. En ellas se hacen presentes inquietudes y vigencias que parecieran sumarse desde firmamentos diversos. Firmamentos del pasado pero también otros de absoluta y plena actualidad. Así en su charla aparece el tema de la naturaleza y la tierra, pero también el nombre del artista contemporáneo Jeff Koons o del filósofo Byung-Chul Han, al mismo tiempo que mira sus propias pinturas desde el ojo cinematográfico que adquirió en su paso por la Escuela de Arte Multimedial Da Vinci: “Los colores en mis pinturas son de la naturaleza, los encuadres y los horizontes son más jugados, de cine. El ojo está tan bombardeado con información que me gusta crear composiciones y maneras de narrar que tengan cierta ligereza y liviandad”, nos cuenta mientras intentamos dar con algunas de las razones que hacen tan especiales y cautivantes a sus paisajes.
Pareciera que la conjunción entre una mirada clásica y una técnica transformada generan esa sensación de estar frente a lo de siempre pero que es, también y a la vez, otro. Las montañas y sus nieves eternas e inmutables son las mismas pero al mismo tiempo distintas, más dinámicas y móviles, vivas y cambiantes. También la vida rural patagónica, fiel a sus hábitos y constancias, ya conocida y ampliamente representada, encuentra aquí un modo nuevo de presentarse, de salirnos al paso en una versión casi inesperada y aún no sospechada.
Los 12 colores minerales al óleo y la espátula que suplantó al pincel para manejar más materia en menos tiempo, le permiten a Guido Ferrari captar lo efímero de cada instante, la inmediatez de cada momento que pasa al aire libre y sumergido en la naturaleza: “Me vuelco a los ciclos naturales para ingerir imágenes en una secuencia determinada. La naturaleza nos propone bajar un cambio para la contemplación. ¿Cómo es el ritmo de la naturaleza? Intento transmitir la experiencia que tenemos nosotros aquí en la Patagonia donde vivimos. Una hora, un día, un mes, un año, la eternidad… cuando llegás a eso ya no hay espacio ni tiempo. Eso es el arte. Dios en un instante”. Pintar los tiempos de la naturaleza para captar la naturaleza del tiempo. No tal como se nos presenta hoy, en la vorágine y la aceleración. Sino el tiempo de larga duración del universo, en donde anclan las altas cumbres, los lagos, la vida vegetal y animal y también la de los hombres y las mujeres del campo y de los parajes rurales.
Durante el último enero expuso en el espacio de arte Colección Georg de San Martín de los Andes. Espacio que se propuso desde su inauguración en el 2011 “materializar lo bello” y que también tiene exposición permanente en el Hotel Llao – Llao de Bariloche. El edificio, que recibió una mención especial en la Bienal de Arquitectura de Venecia en el 2012, se emplaza en las montañas andinas y alberga las obras de tres generaciones de artistas de la familia Miciu-Nicolaevici. Y fue justamente de Georg Miciu de quien Guido Ferrari abrevó para madurar su arte y quien le compartió el legado de su familia: “pintá afuera, andá a la naturaleza”.
Hoy Guido sigue transitando y profundizando en esos espacios exteriores, acechando sus luces y sus formas y vibrando con sus ciclos y sus ritmos. Esperando y escrutando el momento oportuno, aquél en el cual coincida con su imagen. Una que no sólo le devele la naturaleza, sino que también y principalmente, le descubra el tiempo.