POR ÁNGELES SMART
FOTOS ELISEO MICIU
Muchas veces las diferencias y los cambios son imperceptibles. Se gestan durante años hasta que se transforman. Las pequeñas metamorfosis creativas se producen, incluso “a martillazos”, y comienzan a hacerse evidentes. Palabra y obra de Emiliano Céliz, platero y artista.
Nada más difícil que articular un lenguaje nuevo. En cualquier ámbito, en todos los oficios y en cada una de las disciplinas. En el universo de las artes, algunas son más reticentes que otras a la hora de innovar. Tradicionales, aristocráticas y conservadoras, con un pasado lleno de gloria y con técnicas difíciles de dominar, la Platería y la Orfebrería no promueven especialmente el espíritu del cambio. Tal vez se deba a la cualidad perenne de la plata y el oro como metales preciosos. O tal vez al lugar que estas disciplinas ocuparon dentro de la historia del arte hispanoamericano. Por una u otra razón, por ambas o por alguna distinta que se nos escapa, lo cierto es que las costumbres y la herencia pisan fuerte por estos lares.
Pero todo llega y los nuevos hijos siempre aportan aires y vida nueva. Sin renegar de los valores del pasado, habiendo sido educados bajo su amparo, no sólo pueden asumirlos sino también actualizarlos, aprehenderlos y vitalizarlos. Es el caso, podríamos arriesgar, de Emiliano Céliz, platero oriundo de Córdoba que hace diez años vive en San Martín de los Andes: “Me crié en el centro de Córdoba, en la misma manzana jesuítica, ahí está el colegio Montserrat, la Universidad Nacional, las Facultades de Ingeniería, Biología, Ggeología, el Convento”.
“Me crié caminando por ahí, rodeado de las maravillas del barroco colonial. Me enamoré de la platería tradicional sudamericana. Pero hace 5 años, en mi mejor momento como cincelador, me sentía como una especie de vestigio del pasado, copista de otros copistas que eran ellos mismos también copistas”.
Llegó el tiempo oportuno, el momento justo para arriesgarse a lo nuevo.
Fue así que, paralelo a su oficio de Platería Criolla (mates, cuchillos, hebillas de cintos, juegos de cubierto, joyería) y ya inmerso en el paisaje patagónico empezó a incursionar en la abstracción, en los diseños y el mundo de las sensaciones. Partiendo de la misma inspiración barroca que desde la expresión mínima de la vida -el germen- hace crecer la imagen, la desenvuelve, la retuerce, la hace avanzar y retroceder, moldeó sus creaciones para expresar emoción, honestidad, algo principalmente personal. Aparecieron los cacharros, ánforas o jarrones, de una sola pieza, casi esculturas. Como variaciones imaginarias de las texturas de la naturaleza -el vuelo de las hojas cayendo en otoño, la superficie aterciopelada del arroyo, el abrirse primaveral de las flores- estas experiencias se plasmaron en el metal y posibilitaron el cambio.
Explica de dos maneras este proceso que estuvo gestándose durante varios años. Una descripción más elegante y estilizada donde la metáfora nos remite a la incertidumbre y el riesgo: “llegó un momento en que concluí que debía dar un salto al vacío” y otra más visceral y espontánea, transmitiéndonos inmediatamente el irresistible pathos que lo atravesaba cuando se encontraba ante la plancha de plata virgen: “¿Y qué pasa si la agarro a martillazos?”. Así lo hizo. Y la experiencia le gustó y le volvió a gustar.
Años antes, había visto en el Museo Fernández Blanco un recipiente sin costura que lo dejó pensando, y en una circunstancial visita al taller de Juan Carlos Pallarols le preguntó cómo se lograban esas obras y así llegó a la llamada factura “en el cuerno”, la bigornia o bicornia, técnica en frío ya casi olvidada en nuestro continente. El dato le resultó muy útil. Rastreó entre artistas japoneses hasta dar con la raising hammer technic (técnica de crianza a martillo) y reemplazó sus antiguas construcciones compuestas de varias piezas soldadas, por recipientes de una sola pieza salidas de un disco único. Algunas obras son de plata 950 o pura plata 1000 y otras de cobre bañadas en plata; según el trabajo adquieren distintas tonalidades y cualidades, a veces más frías, a veces más cálidas, lechosas, blanqueadas, opacas, brillantes o con sombras. Pero independientemente de cómo se configuren siempre imponen respeto y llaman a la contemplación admirada por su singularidad y misteriosa rareza. Alguien bautizó las piezas como representaciones de una “orfebrería con visos escultóricos”, a Emiliano Céliz también le gusta hablar de su “artesanía artística”.
Confiesa que su próxima meta se dirige al desarrollo de algo aún más escultórico: “Quiero invadir nuevos espacios, subirme a las paredes, desparramarme sobre las mesas. Continuar con la riqueza del germen barroco y desplegarlo en distintas profundidades y direcciones. La plata me limita en cuanto a sus posibilidades cromáticas, pero al mismo tiempo me desafía a la búsqueda de un lenguaje cada vez más adecuado, a una palabra cada vez más justa”. El proceso de innovación creativa ya se desencadenó hace mucho, tal vez en tiempos en que nadie lo sospechaba. Pero como el misterio de toda vida, fue evolucionando poco a poco, sin prisa pero sin pausa.
Es verdad: precisó un riesgo y la profundización adecuada, pero la vida, aunque se tome su tiempo, siempre paga con creces. Y el arte nunca quebranta sus promesas.
Emiliano Céliz, Córdoba, 1965.
www.emilianoceliz.com
Exposición de su obra:
MUSEO COLECCIÓN GEORG
www.colecciongeorg.com