Bastaría con haber escuchado discutir los resultados de una carrera ciclista a un grupo de repartidores de periódicos, recostados sobre sus bicicletas, para entender semejante estado de la cuestión.
(Walter Benjamin)
Por Ángeles Smart
Enero, por nuestras tierras, es el mes más singular del año. Sin clases, sin frío, muchos de vacaciones, los que no con horarios cambiados, algunas ciudades casi vacías otras llenas a más no poder. El mar, los lagos, los ríos, las lagunas, las piletas, las pelopinchos, las palanganas, las mangueras, los tanques australianos, los diques, los embalses, todo es una buena excusa para mojarse, para un largo baño o un chapuzón veloz.
Pero lo que más me gusta del verano son las bicis. Que podrían ser enumeradas también en una larga lista: las playeras, las de paseo, las mountain bike, las de alquiler, las prestadas, las viejísimas, con cambios, a contrapedal, con canastos, con timbre, con parrilla, con sillitas atrás. Y lo que me gusta es que el andar en bici es uno de los hábitos que más nos conecta con nuestra infancia y que a pesar de las modas y las competencias, es una práctica que no ha sido capturada del todo por los tiempos que corren. Ya que así como los repartidores de diarios de los que habla Benjamin, que en medio de su trabajo podían recostarse sobre las bicis y hablar de la vida y sus desafíos, quien hoy se trepa a una bicicleta ejerce una pequeña pero eficaz resistencia contra las pretensiones mercantilistas y de aceleración que están a la orden del día.
Será por eso que la pintura de René Vargas Ojeda, Vera No! Dos (óleo sobre cartón, 92 x 65, 2023) me atrapó desde que la vi. Tanto el colorido como las pinceladas sueltas y livianas me remiten a sensaciones de libertad, de alegría y de fluidez. Acá -pareciera- todo funciona y se desliza. Y el marrón y el blanco, salpicados con gotas turquesas, nos hablan del summun plus ultra: “andar en bici, cruzar los charcos, y levantar las piernas para no embarrarse”. ¿Qué más pedir?
No todo puede comprarse. Menos que menos el disfrute. Hay que darle tiempo y practicarlo. Quererlo y buscarlo. Resistir contra la esclavizante pasividad que nos ofrece un mundo que convence que todo lo tiene y todo lo vende y atrincherarse en las fidelidades, las propias experiencias y los recuerdos. Lo demás fluirá por añadidura.